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perdida.

  • Foto del escritor: Selena Tapia
    Selena Tapia
  • 8 jul 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 28 jul 2020


Eran las 5:30 de la tarde, yo estaba parada justo en el borde del techo, los truenos se escuchaban fuerte, el viento era tan intenso que mi cabello volaba en mil direcciones y mi cuerpo se tambaleaba ligeramente, sentía mis ojos hinchados del llanto nocturno, sentía un nudo en la garganta y observaba con tranquilidad las nubes grises que poco a poco tapaban el cielo azul y el sol brillante, voltee hacia abajo y vi el portón negro desgastado con unas flechas que le salían en los bordes para impedir que entrara algún malhechor a intentar robar la solitaria y grande casa que solo acogía a una joven estudiante que nadie en el vecindario conocía. Mientras veía hacia abajo imaginaba cómo sería caer en esas flechas, cuánto dolor sentiría, escuché un estruendo y sentí en mi rostro las gotas heladas de la lluvia, sentí como si hubiera despertado de un trance, pensé: debo estar alucinando, yo no tengo ideas locas, entre pronto a la casa y me senté en la ventana, ya llovía muy fuerte y lo único que escuchaba era las gotas caer en los vidrios de la ventana, la casa se sentía tan sola, sentía un dolor en el pecho que me aquejaba meses atrás y sobre el cual creía era mi falta de condición física, no sabía de aves pero había una especie de urraca que se posaba en mi ventana cada tarde nublada y contemplaba su reflejo frente a mi ventana, yo la miraba tan quieta e imaginaba cómo sería ser ella, que sería volar como ella, sus plumas eran negras como aterciopeladas, no parecía importarle el agua y estaba parada ahí sin hacer ni un movimiento contemplándose, contemplando su perfecto ser inmaculado en el reflejo de la ventana, bello postrado ahí sin preocupaciones ni aflicciones.

Me quedé ahí parada detrás de la ventana observando, apreciando su particular belleza, me sentí en calma como si me mirara, como si escuchara mi llanto interno como si consolará el extraño mundo de tristeza que sentía en el pecho y que no le daba explicación, me sentía frustrada porque me sabía amada, me sabía talentosa e inteligente y aún así el vacío en mi pecho crecía, amaba a mis amigos, amaba mi trabajo, mi carrera, mis dones, amaba a mi familia, amaba como a nadie a mi novio y sin embargo sentía un pesar en el pecho que en cada tarde sola en esa casa tan desamparada llegaba a atormentarme, a gritarme y manipularme, me incitaba a odiarme, a llorar y a imaginar catástrofes.

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